Mi historia de viaje en medio del virus

01/05/2020

Con cada lugar nuevo, entendí cómo la sociedad reacciona a una emergencia nacional y global.

Agosto 2019 - empecé mis estudios del Chino Mandarin en China.

Enero 2020 - regresé a los Estados Unidos temprano debido al COVID-19.

Marzo 2020 - completé mis estudios de Chino Mandarín en Taiwán. Dos semanas después, regresé a casa, al mismo tiempo el COVID-19 se difundía por los Estados Unidos.

Cuando estaba en China, en diciembre y a inicios de enero, recibí correos electrónicos notificándome de un brote en la ciudad de Wuhan. No prestaba mucha atención a las notificaciones, pero en la última semana de enero, la mamá de mi familia anfitriona tuvo una conversación muy seria conmigo y con la familia. Hablaba con nosotros sobre las precauciones que tenemos que tomar. Dado que ella trabajaba en un hospital, sabía sin duda más sobre el virus y la gravedad de la situación. La mayoría de la población China todavía no estaban completamente conscientes de la situación. Después del brote del SARS en 2003, la gente China se preocupaba de la amenaza de un nuevo virus. Después de cinco días, todo pasó muy rápido. Empezamos la siguiente semana usando cubrebocas y Kleenex para tocar los botones del ascensor.

En aquel momento, me preguntaba el significado que eso tendría para mi grupo, el grupo de diez americanos que estudiabamos en China. Después de ello, recibí correos electrónicos del programa en los Estados Unidos avisándonos que todo estaba bien y no estaban cuestionando un regreso prematuro. Me pareció absurdo. Se me ocurrieron dos oportunidades. La primera, prometí quedarme en el programa, por lo tanto me quedaré. La segunda, yo hubiera preferido reservar mi propio boleto de vuelo a casa. Pensaba qué tal vez las ganas que tenía de regresar a casa eran culpa de la melancolía, entonces, decidí ser paciente y prepararme para los próximos cuatro meses del programa. China empezó a restringir los viajes, cerrar las tiendas, aislar la gente, tocar las puertas para ver si estábamos infectados. Me pareció que era la única respuesta razonable a una situación tan grave. Sabía que era grave porque en China había mensajes por todos lados sobre las cifras actuales de muertos, enfermos, posibles enfermos, y personas curadas. Las cifras se doblaban constantemente. Olvidamos que esas cifras reflejaban seres humanos.

Entonces recibí el correo electrónico. Regresarán a casa, y los detalles serán mandados pronto. Las disculpas y las preparaciones del mensaje se mezclaron en la mente. ¿Debo sentirme nostálgica? ¿Aliviada? ¿Contenta? Mis manos temblaron al recibir esta noticia. No. Mi cuerpo entero tembló un poco con confusión. 

Cuatro días después, estaba en un avión, viajando a los Estados Unidos. Lloré cuando el avión despegó porque yo estaba harta de llevar cubrebocas 24/7 y tener miedo que me podía enfermar en el extranjero.

Después de regresar, yo tenía la oportunidad de completar mis estudios en Taiwán. La pregunta era quedarme o ir a Taiwán. La parte triste e ingenua de mí creía firmemente que un brote del COVID-19 no sería tan grave en los Estados Unidos. Mi razonamiento era, que si me quedaba en casa, no tendría que escuchar sobre el virus de nuevo. Pero si no voy, me voy a arrepentir que no fui a Taiwán. Decidí ir a Taiwán.

En Taiwán, la cantidad de casos eran relativamente bajos y todos llevaban cubrebocas. Taiwán es una isla pequeña. Por esta razón, la amenaza de una propagación rápida era muy real para ellos.

Cuando regresé de Taiwán, el proceso de cerrar todo, empezó en ese momento en los Estados Unidos. Yo pensaba que los estadounidenses tendríamos una reacción similar a la de Asia. Pero, el pánico, el dolor anticipatorio, y las maneras diferentes de pensar afectaron mucho. Yo también estaba confundida. ¿Cómo nos preparamos para un cambio en nuestra vidas con el COVID-19, si no sabemos cómo va afectarnos? Por esta razón, en los Estados Unidos no sabíamos cómo tomar una acción definitiva. El país se sintió inmenso y perdido.

Aun así, yo estaba agradecida de poder estar con mi familia en vez de estar horas de distancia de ella. Yo andaba en los senderos cercanos y fingía como si nada hubiera cambiado. Ya que no había coches en las calles del barrio, me sentía como la dueña de todo ese espacio. 

Debido a mis experiencias, veo el virus de forma distinta. Cuando el virus se propagaba por Asia, podría decirme que al menos los Estados Unidos serían un lugar seguro para mí. Era más fácil estar en negación que reconocer los hechos.

En el verano de 2020, alguien me preguntó cómo veo el mundo ahora que la pandemia es nuestra realidad. Esa misma mañana, la respuesta era muy clara. Estaba a punto de salir para una caminata, durante las primeras horas del día, pero cuando miré por la ventana, el olor en el aire y la sensación del cielo me hicieron quedarme adentro. Me recordó tanto como me sentía hace dos años, antes de ir a China. Fingir que todo era como antes era un sueño. Ya no quería volver a vivir igual porque el mundo cambió y yo también cambié.

Me sentía como si me estuviera poniendo un guante que ya no me cabía. Debe ser como nuestro país, ese mundo seguirá. Un día, lo que estaba pasando en 2019 no cabría nunca más. Entonces, seguimos sin guante o encontramos uno nuevo. Caray, tal vez un día no habrá un guante en absoluto.